"¡Si no se habla de mis libros, me voy!"

 Cuando alguien que ha leído algo de lo que escribo me deja caer un "¿es autobiográfico?", lo que más me llama la atención al contestarle como buena gallega con la pregunta "¿por qué lo dices?", es su razonamiento: "Es que como escribes en primera persona...". A continuación, trato de explicarle que, así como el músico, el pintor, el escultor, el bailarín, el actor o el cocinero son capaces de transmitirse y entregarse a través de sus creaciones, el escritor no puede evitar participar su propia esencia a los demás. 

  Hay mucho de uno mismo en quien escribe, pero no forzosamente debe tratarse de la fiel crónica de su vida —sobre todo, cuando alguien tiene una tan corriente como la mía—, por más que el "yo narrativo" tome las riendas, como en mi caso, de un desbocado caballo llamado "Imaginación".


 La escritura, mi aliada, me ha acompañado a lo largo de la vida como confidente silencioso, amigo abnegado, y enamorado respetuoso de mi voluntad y de mi espacio, a pesar de que mucho antes que yo sabía que tarde o temprano no podría rendirme a la evidencia de que mi lugar estaba a su lado. A través de ella, también soy consciente de mi evolución como persona, en el camino hacia el descubrimiento de mi yo verdadero.


  Algunos manuscritos se me perdieron por el camino. Otros, en la cabeza, sin llegar a materializarse nunca... Unos pocos esperan su turno con la incertidumbre de si se verán algún día concluidos o, por el contrario, engullidos por el olvido.  Aquí he hecho una selección de los que consiguieron llegar a la recta final. No por ser mejores ni más queridos para mí... ¿o, tal vez, sí? Pero de lo que estoy segura es de que cada uno de ellos corresponde a una pieza dentro de una revolución interior, y juntándolas todas, probablemente, el resultado sea yo misma. Compartiendo esto con vosotros quiero sentirme como cocinera que os presenta, emplatado con todo su mimo, lo que cree que mejor sabe hacer.



  Modester




  Mi primer relato breve lo escribí en una etapa en la que debía, aunque no quería, asumir una situación que cortaba de raíz el último tramo de mi niñez, y en la que el cuento en el que hasta entonces había vivido, y en el que interpretaba el papel de princesa entre hadas buenas, daba un giro brutal para convertirse en el de la Cenicienta... en versión real. 

 En esta ocasión, mi aliada me sirvió como confidente silencioso y refugio en días de tonalidades más bien grisáceas, que llegaban, incluso, a rozar la negrura de un escalofrío.



  Aquí podéis ver una muestra de Modester
  






Minerva

   Esta vez "me transformo" en Luís, un joven despistado, patoso y sensible que se tiene que hacer cargo de sus padres, tras arruinarse por culpa de un incidente con unos extraños vecinos. En la nueva vida de Luís aparecerá Minerva, un personaje, también, bastante peculiar...

  La ironía se pasea a lo largo de este minicuento de una decena de páginas. De nuevo, mi aliada llama a la puerta, en un momento de tensiones acumuladas, como amigo abnegado, para llevarme de su mano, arrancarme sonrisas, e insinuarme el camino, aunque como el protagonista no interpreto bien sus señales, y sigo pensando que sus intervenciones, lejos de formar parte de un proyecto más grande, no son más que fruto de las circunstancias: alivio sintomático del aburrimiento vital.


 Fragmento de Minerva




El príncipe Pío


 ¿Es amor un sentimiento egoísta que no busca el bien del ser amado, sino el de uno mismo? 
¿Qué tipo de ceguera emocional le impide a una persona aceptar no ser correspondido, hasta llegar a convertirse, víctima de ese egoísmo, en verdugo de aquel a quien "ama"?


 
En el triángulo de esta historia, formado por Ángela, Pío y Christian, mi aliad—ahora, como enamorado respetuoso— y yo dejamos a un lado la ironía para comenzar a abordar, en la fantasía de este escenario de cuento, el verdadero sentido del amor y... su lado patológico: el delirio enfermizo de quien no sabe que los lazos del amor ni subyugan, ni aprisionan, sino que unen con delicadeza el vínculo más fuerte y, a la vez, más frágil que existe entre dos seres humanos.






El club de la presbicia


  ¿Qué pasa por el cuerpo y la mente de una mujer al avanzar por la cuarentena? ¿Qué misterios de género llevan a este ser a desear, como su homólogo masculino, cosas tan disparatadas y ajenas a su naturaleza como aferrarse a la juventud y, llegado el caso, echar una cana al aire?


 En esta ocasión, un grupo de amigas se deja reconquistar por el espíritu loco de la adolescencia y emprenden un juego aparentemente inofensivo. El desenlace, que puede dar lugar a diferentes interpretaciones, contiene mensaje...


Pequeña visita a este club...





Los cincuenta cardenales de Gambetta




     


  En los 50CG, he volcado en forma de autobiografía "atípica" unas vivencias y unas sensaciones verídicas. La esencia de la que hablaba al principio cae a chorro sobre cada acción del relato, pues lo que pretendo es transmitirme a mí misma y a quien me lee la certeza de que, con imaginación y humor se sale mejor de los malos trances de la vida. Sin rencor, con positivismo, y manteniendo siempre la ilusión, aunque esta sea —que no es poco— la de no derribar el puente que une la realidad con el mundo de los sueños.

      Fue una gestación literaria larga, en ocasiones, dura, por esas cosas que tiene la vida: que si ahora no es el momento, que si hay que centrarse en las "verdaderas prioridades" que guardan relación con el famoso principio de que "lo que te gusta hacer, normalmente, no te da de comer".

   Entre mi ilusión y yo, mi conciencia —presente más que nunca en este relato, hasta el punto de corporeizarse— se asomaba cada cierto tiempo para clavar su dedo acusador sobre el saldo de mi cuenta bancaria. Yo miraba de reojo a mi novela a medio escribir y ella me miraba a mí con cara de "¿qué va a pasar conmigo?". Víctima de un ataque de racionalidad, me convencí a mí misma de que antes era la obligación que la devoción, así que mis deseos terminaron guardados en el cajón de asuntos sobreseídos. Cuando me di cuenta, me había convertido en una experta en la procrastinación de proyectos que nunca acababa por miedo al fracaso.
   
   Pero aunque lo intenté, no pude retener mucho tiempo atada a la aliada, que, cual cabra, se empeñaba en tirar al monte, así que de vez en cuando, a hurtadillas, iba con ella a retomar el contacto con mi futura hija de letras. En aquellos momentos de clandestinidad era tal la tensión por ambas partes que me faltaba la inspiración. Tenía, además, que llamar al orden a unos personajes amotinados, obstinados en vengarse de mi abandono a través del sabotaje. No los culpaba. Nos habíamos llegado a convertir en unos completos desconocidos que se miraban con recelo. Llegué a pensar que lo mejor era desistir y volver al camino que la razón me había marcado. Sin embargo, fue entonces cuando, a raíz de una nueva tanda de señales que seguía sin saber interpretar, comencé a elaborar un plan de trabajo con ellos. No resultó fácil, pero, a base de tesón, conseguí  reconducirlos y volví a disfrutar, haciendo lo que me gustaba... aunque no me diese de comer. 


  Y por fin, en noviembre de 2016, vio la luz.


  La menor de mi estirpe literaria, pero la de mayor tamaño hasta la fecha. Mi mimada, mi consentida. Poco después de nacer, como buena madre, la censaba en el Registro con sus otros hermanos. A partir de entonces, el escaso mes y medio que nos separaría de su presentación en cibersociedad estuve al borde de una depresión postparto, al ver que el conjunto de procedimientos que debía emplear para su puesta de largo con el traje digital me superaba. Pero perseveré de nuevo, poniendo a trabajar duro mis reservas de tozudez y siguiendo el modelo de Juan Palomo. Y aquí está el resultado. 





    En este enlace de Amazon, podéis acceder a una muestra de los cuatro primeros capítulos y parte del quinto. Espero que os guste.



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